Hace unos años me dio por aprender a tocar el piano, casi a los treinta. No llegué a mucho, lo arramplé como otras tantas ideas de bombero sin lumbre.
Pero de aquella experiencia me ha quedado la huella blandita de un rincón de la historia de la música que de otra forma no hubiera visitado nunca. Me refiero a las músicas para niños o jóvenes, piececitas pedagógicas sencillas y tiernas que, bueno, suelen funambular entre lo tonto y lo ñoño.
Pero no siempre
Recuerdo que la primera cosa que toqué así, con las dos manos y los diez dedos, era esta cosita de Schumann, el «Primer dolor»
El Album para la juventid, Op68 de Schumann es yo creo que casi todo aprovechable como audición de tarde grisácea. Aunque quieren ser tonadas amables la amargura y la pena de unos días muy muy aciagos que vivía este hombre se cuelan y la melancolía viene a estar sentada en un rincón casi todo lo que duran los 42 arrumacos que tiene esta obra. Yo dejé de tocar -mísero de mí- justo cuando acabé de dominar ésta que viene, Mignon, y ahora, claro, se me ha ido de las manos a ver si no para siempre.
Pero hay otros álbumes; hay cientos de álbumes. Me gusta por ejemplo mucho Kabalevsky, más simploncito aún.
De Tchaikovsky tocaba una pieza lacrimógena que era una muñeca enferma. Dejo vídeo sui generis, con reverb y atrezzo. Este mundillo de las musiquillas infantiles tiene esta arista peculiar de los vídeos caseros: mil versiones de cada cosa, casi todas malas, interpretadas por niños estresados, adultos edulcorados y efectos defectuosos…
Lo dejo ya, me voy con el viejo peluca y el señor de la silla. Esta noche creo que haré sueño desentumeciendo dedos 😉